¡Cuántas cosas de enseñanza hay en este capítulo y los Salmos relacionados con ello! Empezamos con la cueva y la compañía de personas que le juntaron a David. “Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él.” Debería haber sido un ánimo fuerte a David, tener su familia y sus hermanos, que antes no le apreciaron mucho (1 Samuel 17, palabras de su hermano mayor) acompañándolo en su rechazo, no buscando la aprobación de Saúl, el rey actual. Pero los padres de David eran ya mayores y ésta vida de David, yendo para allá y para acá huyendo de Saúl no iba a ser una vida para unos ancianos; así que David, a lo mejor reconociendo su descendencia de Rut la moabita, llevó sus padres a Moab. “Y se fue David de allí a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Yo te ruego que mi padre y mi madre estén con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí. Los trajo, pues, a la presencia del rey de Moab, y habitaron con él todo el tiempo que David estuvo en el lugar fuerte.” Hay algunos que dicen que los padres ancianos deben siempre vivir con sus hijos, y cuando es posible, acaso es lo mejor pero creo que vemos bien aquí que David hizo lo prudente para con sus padres.
Pero no era solo su familia que le fueron a acompañar sino otra clase de personas. “Y se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y fue hecho jefe de ellos; y tuvo consigo como cuatrocientos hombres.” Dentro de esta compañía de desgraciados, no vemos al hijo de Saúl, Jonatán. Pero, de los desgraciados con David viviendo en los desiertos y las cuevas, acaso no sabiendo que iban a comer al próximo día, y la vida de lujo y tranquilidad de Jonatán, ¿cuál sea la vida preferible? ¿No hubiera sido mejor estar con esta compañía de personas con problemas graves? Estando con el hombre según el corazón de Dios, el rey ungido de Dios, a pesar de las dificultades de la senda, era la vida de felicidad y seguridad. A la apariencia de la vista humana, claro que no; pero a los ojos de fe, no había otro camino más feliz, más seguro. Y no solo había hombres con grandes problemas, sino también el profeta de Dios Gad y el sacerdote Abiatar. Así la palabra de Dios por la voz del profeta y el lugar de acercamiento para la adoración no estaban con el rey actual sino con el hombre rechazado. “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo… Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.” Hebreos 13:10-14
14 julio de 2019